Vivimos en lo extraordinario, lo se pero al mismo tiempo el exceso de distinto aburre. Y exceso de todo fue precisamente lo que me pareció la aparentemente exitosa ceremonia de apertura de Londres. Discúlpenme, pero para mi (y los que me acompañaban) el performance supuso una especie de presentación de powerpoint de 3000 diapositivas en la que esperas con ansiedad el "Muchas gracias" del final.
No es una sorpresa que los ingleses destacan en lo rancio de su gusto pero si lo es el entusiasmo generalizado que ha causado una ceremonia en la que tras una dilatada exaltación a la dilatada historia del Reino Unido el único guiño al olimpismo fue permitir el desfile y encendido del pebetero que por cierto se les ha apagado al trasladarlo y eso que tenía para tan compleja maniobra hasta al propio James Bond.
Entended que siento cierto afecto por la sociedad británica y que espero no estar contaminado por el recuerdo del atraco que los ¿honorables? miembros del COI encabezados por el principe Alberto de Mónaco perpetraron sobre la candidatura de Madrid. La verdad es que sin duda alguna aunque nos habría venido ahora muy mal creo que lo hubiésemos hecho mucho mejor. Lástima que no nos dejasen liderar esa situación. Otros pretidigitarán las jugosas perdidas que generarán sin duda las olimpiadas en avalancha de dudosas y beneficiosas estadísticas de la iniciativa londinense.
Pagaran la ronda en cualquier caso todos los ciudadanos.
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