Recaigo en Brasil solamente dos años después y no dejo de percibir claros síntomas sobre su desarrollo probablemente engrandecidos por mi profundo desconocimiento del país.
Se observa en la actitud de sus gentes, de sus empresarios y de los observadores esa visión de estar en vísperas de algo grande. Existe un boom inmobiliario justificado por la demanda que no ha inflacionado obscenamente los precios como en otros países que nos sonarán, sigue creciendo la inversión extranjera y el consumo muestra signos de robustez en términos nominales.
Aprecio lo complejo que debe ser gestionar un país tan grande, con tantas desigualdades y prioridades a las que acudir. En ese escenario es notable el rol de Lula, un Presidente radical que ha sabido enfocar a de esta confederación de estados dulcificando sus populistas mensajes iniciales y priorizar las verdaderas necesidades. Incluso la oposición habla bien y tiene pocos argumentos. Justo lo contrario que ocurre con el resto de sus amigotes de bando (Chavez, Morales o los Kirchner) que han hecho del medio un fin en si mismo.
Al menos en una América latina marcada por la mediocridad política, a Lula le calo el mensaje e Milikito “¡Menos samba e mas trabajar!”
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